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Foto del escritorSebastián Ávila

El poder de las Palabras en la Responsabilidad afectiva

Por: Sebastián Ávila Sánchez.

Psicólogo clínico y de la salud con orientación psicoanalítica.



La palabra ha perdido su poder. En los últimos años, la palabra ha venido desmoronándose, lo dicho en un momento pareciera ser que ante el acto pierde su valor. Lo dicho, muchas veces corresponde a un imaginario, a unas expectativas que en su mayoría no tienen una base que sostenga las vicisitudes de lo que muestra la realidad, de los arreglos que implica hablar en lo factual y no en el fantaseo y los ideales.


La palabra nos invita a crear imágenes y que estas se sujeten a nuestro deseo. Sin embargo, en la contemporaneidad la imagen muchas veces juega con máscaras y se distorsiona, creando en nosotros una realidad paralela, un mundo posible, una ilusión; y las palabras se anudan a esta distorsión, prometiendo el cumplimiento tácito de lo que deseamos y esperamos. ¡Es un juego macabro!



El poder que tiene la palabra no corresponde solo al que la habla sino también al que la escucha, y ahí, en ese vaivén de hablar y escuchar inicia lo macabro de lo que estamos viviendo actualmente, un espacio tiempo en el que la responsabilidad de lo que digo no tiene cause alguno, no tiene límites, todo es posible decirlo mientras esté emocionado y fantaseando con la imagen que me muestra el otro. Así mismo pasa, con quien la escucha, la palabra entra y crea la imagen, y embebido en la emoción de lo que me muestra la imagen, muchas veces se aposenta una ilusión, una posibilidad, el límite se escapa y es casi imposible dominarlo, pues está sujeto a una supuesta perfección.


Lo anterior, nos pasa a todos, y se anuda de manera particular a cuando estamos conociendo a alguien a través de redes sociales. Hace unos años, estas plataformas han venido transformando la manera en la que nos vinculamos con los otros, y antes que la palabra, prima la imagen, que generalmente muestra la perfección en todas sus formas, en el cuerpo, en la relación con el mundo, en la ilusión de una vida sin pretextos y vicisitudes.


La imagen cargada de palabras distorsionadas muchas veces también genera una necesidad de inmediatez, un acto muy particular en la actualidad, que nos invita constantemente a preguntarnos y ubicarnos de una manera paradójica con el tiempo.



Hasta ahora, han leído reiteradamente palabras como: palabra, poder, imagen, deseo, limites, ilusión, distorsión, perfección, emoción, y otras más. Y se preguntarán, al igual que yo, a todas estas qué tiene qué ver la responsabilidad afectiva con todo esto. En principio, creo que esta pregunta se puede resolver con la siguiente premisa de Lacan: “usted puede saber lo que dijo, pero nunca lo que el otro escuchó”, y bueno, tiene mucho que calarnos esta frase. En primer lugar, nos invita a revisarnos como sujetos hablantes, a escudriñar en nuestro almacén de significantes y conocerlo, para sabernos empoderados de lo que somos y por lo que hemos transitado. Para sabernos con unos límites claros en relación con el otro y sus palabras. En segundo lugar, nos hace una invitación a sabernos hablantes a través de la emoción, de lo que sentimos de inmediato por los otros, pero, ante todo, nos brinda la posibilidad de ver al otro no como un almacén de palabras, sino como un sujeto que escucha, que siente, y que puede hablar a través de lo escuchado.


La responsabilidad afectiva se imprime en un espacio de reciprocidad, en el que, al hacerme responsable de mis palabras, así mismo me estoy haciendo responsable, no del otro, pero sí de ese vínculo que se crea a través de la palabra y la imagen de lo que realmente me muestra el otro. La responsabilidad afectiva se imprime en hacer claridades cuando he sido confuso a la hora de hablar, y al mismo tiempo, cuando he escuchado.

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